Analogía anónima
.::Repito las mismas canciones, los mismos acordes y aún busco descifrar el mensaje oculto entre las notas que visten la voz. Cuando el cuerpo habla a través de su respiración, de las sensaciones y de simples escalofriamientos, es maravilloso poder darse cuenta que todavía sigo vivo. A pesar de las cadenas invisibles que atan mis piernas, mis movimientos y mi mente, ansío tocar la luz de la libertad que aguarda tras mis cortinas. No dudo que será así, pero el momento es incierto, como todo lo que rodea a mi alrededor, al de cualquiera.
Mantengo encendida una vela, cuya cera es más profunda que aquel material de fácil consumo, tan áspero como una lija enfundando el rostro más bello, como la piel de un recién nacido, extirpada del vientre de una madre en agonía incesante al saber que no conocerá al que lleva dentro... Así de movidas y de caóticas son las relaciones que tanto extraño, día a día, mientras aprecio desde la cama cómo se oculta y saluda la luz de un sol moribundo, mientras que yo, postrado entre cuatro paredes, aguardo la cruel sentencia de los cirujanos sin profesión, capaces de eliminar una futil mancha de esperanza.
Sin retornar a los orígenes que me dieron forma, temo que tarde o temprano pidan cuentas; que en medio de sus juegos de ruleta rusa, decidan acabar con la manía de creer en aquello que no sucede. Por lo menos he visto el transcurso de un año, de una pequeña existencia que comienza. La he cargado entre mis brazos, obviando la prohibición que eso implicaba, pues no hay mejor alegría que aquella que no volverá a repetirse. Mantendré su sabor entre mis dedos y palparé con mis labios, el frío invierno que se avecina, tan cruel como imponente, sin que ello me amilane. He sido testigo de cómo la vida se escapa de las manos sin avisar y temo que quizás sea mi turno.
Sin embargo, me reconforta saber que he podido volver a redactar algunas frases inconclusas, acerca de lo que siento y lo que no digo de frente, porque no lo entenderían. Es mejor estar en el anonimato, pues en cierta forma, me voy acostumbrando a estar muerto. Después de todo, nadie recordará quién fui y si lo hacen, esos pocos guardarán mejores recuerdos de los que me llevaré conmigo a la tumba de marfil que se tejió para mí.
Mantengo encendida una vela, cuya cera es más profunda que aquel material de fácil consumo, tan áspero como una lija enfundando el rostro más bello, como la piel de un recién nacido, extirpada del vientre de una madre en agonía incesante al saber que no conocerá al que lleva dentro... Así de movidas y de caóticas son las relaciones que tanto extraño, día a día, mientras aprecio desde la cama cómo se oculta y saluda la luz de un sol moribundo, mientras que yo, postrado entre cuatro paredes, aguardo la cruel sentencia de los cirujanos sin profesión, capaces de eliminar una futil mancha de esperanza.
Sin retornar a los orígenes que me dieron forma, temo que tarde o temprano pidan cuentas; que en medio de sus juegos de ruleta rusa, decidan acabar con la manía de creer en aquello que no sucede. Por lo menos he visto el transcurso de un año, de una pequeña existencia que comienza. La he cargado entre mis brazos, obviando la prohibición que eso implicaba, pues no hay mejor alegría que aquella que no volverá a repetirse. Mantendré su sabor entre mis dedos y palparé con mis labios, el frío invierno que se avecina, tan cruel como imponente, sin que ello me amilane. He sido testigo de cómo la vida se escapa de las manos sin avisar y temo que quizás sea mi turno.
Sin embargo, me reconforta saber que he podido volver a redactar algunas frases inconclusas, acerca de lo que siento y lo que no digo de frente, porque no lo entenderían. Es mejor estar en el anonimato, pues en cierta forma, me voy acostumbrando a estar muerto. Después de todo, nadie recordará quién fui y si lo hacen, esos pocos guardarán mejores recuerdos de los que me llevaré conmigo a la tumba de marfil que se tejió para mí.