Pujante agonía
Es el dolor de las recientes heridas en mis manos, el que aún despierta mis sentidos en estos instantes. Ardor, sangre coagulada y un poco de todo...Es así de fácil, así de sencillo. Es tan sólo la triste vida que me ha tocado experimentar.
Cada vez que traigo a mi memoria los insípidos recuerdos de familia, no dudo en recogerlos con el escobillón que usa la empleada para darle muerte a las arañas. Así de rastreros, de ponzoñosos y de letales son aquéllos. Sí, tal vez siguen existiendo los buenos padres y la familia perfecta, quizás la dulzona serie de los memorables Ingalls, que repiten una y otra vez en el canal 5, se basó en un grupo humano real. Pero, ¿cuál? Porque hasta ahora me pregunto, si la naturaleza es tan sabia en todos sus aspectos, por qué no nos hizo caníbales, para que los padres pudieran comernos al vernos fracasados y tan inútiles como la peor escoria que jamás haya existido...
Reflexiono sobre sus propios lamentos y las célebres citas que continúan retumbando en mis oídos, cansados de tanto sangrar y a la vez, muertos en vida porque no creen todo lo que escuchan de esas voraces quijadas. Ni el dolor que provocan el frío de las hojas de afeitar sobre la joven piel, es tan desgarrante como esos ojos, redondos y viejos, que te señalan con el dedo acusador, como si fueras parte de una propiedad que no les corresponde.
Antes creía que si moría, por lo menos estaría salvando a los que me rodean, de una casi segura histeria colectiva por el simple hecho de convivir conmigo. Sin embargo, ahora me doy cuenta que el ser un suicida, sólo sería mi propia salvación, pues a nadie más le importo.
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